Columna: Desde el corazón
El Ejército Mexicano es, sin lugar a dudas, una de las instituciones más respetadas en el país. Su disciplina, entrega y sacrificio son incuestionables, y el reconocimiento que la sociedad les otorga es más que merecido. Sin embargo, algo ha cambiado en la narrativa nacional: el ejército ha pasado de ser una fuerza entrenada para la defensa de la soberanía a asumir roles que, irónicamente, no le corresponden. La seguridad pública, tradicionalmente bajo la responsabilidad de instituciones civiles, ha caído en manos militares. ¿Cómo llegamos aquí y qué significa esto para un país que se dice democrático?
Morena, el partido que prometió ser el defensor de las causas sociales y el paladín de la transformación, ha traicionado muchos de los principios que defendía en sus inicios. Se decía en contra de la militarización del país, y bajo esa bandera atacaron a gobiernos anteriores. Sin embargo, una vez en el poder, la realidad fue otra. La militarización, lejos de revertirse, se ha consolidado. Las Fuerzas Armadas han sido llamadas a cumplir funciones que claramente pertenecen a las autoridades civiles. Pareciera que, una vez en el poder, los ideales de Morena se esfumaron en el viento de la conveniencia política.
La creación de la Guardia Nacional, presentada como una solución mágica para la crisis de seguridad, es otro reflejo de esta contradicción. Se nos vendió como una corporación civil con un mando independiente y especializado en el resguardo de la paz interna. Pero, en la práctica, lo que hemos visto es una Guardia Nacional cada vez más subordinada al control militar. El reciente intento de reformarla para formalmente pasarla bajo el mando del Ejército no es más que la confirmación de lo que ya era evidente: la seguridad pública en México ha sido militarizada por completo.
Esta decisión de colocar al Ejército al frente de la seguridad pública no solo es irónica, sino también peligrosa. Los militares están entrenados para el combate, no para la protección de los derechos humanos o el mantenimiento del orden civil. La visión de un soldado difiere enormemente de la de un policía, y aunque la disciplina y el compromiso sean admirables, las tareas son completamente diferentes. Convertir al Ejército en el encargado de la seguridad pública es como pedirle a un cirujano que dirija una orquesta: puede ser brillante en su campo, pero no es su especialidad.
México se enfrenta a un escenario preocupante. Mientras el gobierno de Morena sigue destruyendo los principios que alguna vez lo hicieron popular, los ciudadanos observamos cómo nuestras libertades y derechos se ponen en riesgo bajo un esquema de militarización creciente. Es hora de preguntarnos si el país que se nos prometió es el que estamos construyendo o si, al igual que muchos gobiernos anteriores, hemos caído en la trampa de las soluciones fáciles a problemas complejos.
Por: Suri Ahued
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