Por Manuel CARMONA
Las palabras no son simples sonidos, pueden crear, destruir, moldear mentes y generar emociones, de ahí que la elección de las palabras y particularmente la forma en que se expresan conlleva a una inmensa responsabilidad por el impacto que tiene en los oyentes y su afectación en las relaciones inter personales, la reputación, e incluso en la propia construcción de la realidad.
Las palabras pueden ser herramientas poderosas para construir puentes, expresar afecto, motivar o por el contrario generar malentendidos, herir sentimientos y ROMPER RELACIONES. Las palabras pueden causar dolor miedo o alegría y su impacto emocional puede perdurar en el tiempo.
Las palabras en función de quien las diga, podrían ser utilizadas para persuadir, manipular o hasta generar algún movimiento social. No obstante las palabras que escriba o que pronuncie un líder de opinión o una figura de poder, tienen la posibilidad de perdurar en la historia y trascender a futuras generaciones.
De ahí que las FIGURAS PUBLICAS, ya sean de la industria del espectáculo, de la política, del mundo deportivo, de los negocios o que ostenten una responsabilidad de gobierno independientemente de cuál pudiera ser su nivel jerárquico dentro de la pirámide del poder, viven todos los días un riesgo constante por sus anuncios o posicionamientos que en algún momento deben fijar y estadísticamente, a mayor número de intervenciones aumenta la posibilidad del error en la suministración del mensaje.
Sin embargo, mientras que el inadecuado manejo de un mensaje o el tono de su pronunciación entre un particular y otro, se puede traducir en la afectación en las relaciones estrictamente personales, en el caso específico de una figura de poder, un posicionamiento mal transmitido puede producir una AFECTACION COLECTIVA directamente proporcional al ámbito de influencia que tenga el emisor.
Los alcances de la repercusión dependerán de la posición que ostente en el tablero del ajedrez político. Una declaración desafortunada de un regidor en cualquier Ayuntamiento del país puede generar algún sobresalto menor, incluso convertirse en la nota del día, pero si ese desliz es cometido por quien encabeza el Cabildo, es decir el Presidente Municipal, podría ser noticia de dos o tres días de la semana.
En el caso de un Gobernador o miembros de su gabinete, su ámbito de influencia política es mayor al igual que su competencia territorial, razón por la cual, un gazapo en la intención comunicativa puede tener un costo político más elevado e incluso rebasar las fronteras de su jurisdicción y tener alcances nacionales. Lo anterior aplica de modo similar a diputados locales, federales y Senadores.
Pero si hablamos de un Presidente de la República o del Presidente del Senado de cualquier país, sus palabras adquieren una dimensión todavía mayor, de tal manera que cada elemento de su comunicación cotidiana debiera embonar perfectamente como una sola pieza en la arquitectura de su mensaje, por lo que en el siglo de las comunicación digital, donde la información puede dar la vuelta al mundo en segundos, resulta excesivamente riesgoso pretender transitar por los caminos de la espontaneidad comunicativa.
No considerar este aspecto trae serias consecuencias, las palabras tienen un peso y un costo. Ya lo hemos visto un sinfín de veces en la historia reciente en el mundo, pero también en los últimos días en nuestro país, en los hechos que mantienen a la Presidenta de la República Claudia Sheimbaun en el centro de una polémica, pues se le ha responsabilizado quizá hasta injustamente, de los disturbios y actos de vandalismo ocurridos la semana pasada en la ciudad de los Ángeles.
Es totalmente improbable que ella haya instigado o esté moviendo los hilos para promover o financiar una serie de protestas violentas contra la administración del Presidente Trump, pero sus llamados a la movilización en cuatro ocasiones distintas y el tono beligerante en el cual se pronunciaron estos mensajes, prendieron las alertas en la Casa Blanca y fue el pretexto perfecto para culparla de la inestabilidad que se ha venido viviendo en muchos estados de la unión americana y particularmente para legitimar la narrativa estadounidense de que los migrantes son una amenaza para su país.
El caso del scketch del Presidente del Senado Gerardo Fernández Noroña donde con extrema ligereza se burló de su homólogo estadounidense Eric Schmitt, propició la amenaza de un posible fuerte incremento en los impuestos al envío de remesas de Estados Unidos hacia México, lo que causaría severos estragos a la economía del país.
La reacción natural de la figura pública para justificarse y evadir su responsabilidad en los efectos que desencadenan sus palabras, siempre será que “los medios tergiversaron lo que dije” “la prensa sacó todo de contexto” “yo llamé a la movilización, no a protestas violentas” “es un campañón en mi contra” “es la reacción de la derecha” “es la revolución de los bots” “es mi voz, pero no es mi voz” y un largo etc.
La realidad siempre es, que el propio autor (a) del mensaje no calibró adecuadamente el alcance de lo que dijo, actuó impulsivamente, bajo el influjo de sus emociones y muchas veces contra la recomendación de su propio equipo.
En este punto descansa específicamente la importancia fundamental que tienen las oficinas de comunicación social en todo gobierno, ya que su función es servir de filtro entre la administración pública y la sociedad, a fin de construir de manera pausada, cuidadosa y sopesada, palabra por palabra los mensajes que deberán anunciarse a la opinión pública y de ese modo evitar el desgaste político innecesario de quien en ese momento se constituya como símbolo del poder.
De cada en cuando los políticos deberían repasar un poco al gran novelista inglés William Shakespeare quien hace más de cuatro siglos sentenció, que el hombre es el amo de su silencio, pero un simple esclavo de sus palabras…
· * El autor es abogado, escritor y analista político. Ya