Por Manuel CARMONA
El nepotismo y el tráfico de influencias son prácticas tan arraigadas y tan añejas e la cultura política de nuestro país, que se supone ya no deberían de sorprendernos en lo más mínimo a los ciudadanos.
Tal vez la causa por la que todavía subsiste nuestra capacidad de asombro sea porque en el pasado se practicaba un tanto más discrecional e intermitente y ahora se practica a plena luz del día sin tacto ni rubor alguno.
Antes eran una enfermedad, que de pronto surgía por aquí y por allá, pero ahora en los tiempos de la revolución de las consciencias es una epidemia ya sin límites y fuera de control.
Antes era un condenable pecado que se podía esconder o medianamente maquillar hoy es imposible ocultar porque su práctica ha provocado el surgimiento ya de muchas dinastías políticas, tan fuertes y poderosas que han logrado trascender pese a los cambios de estafeta sexenal en las últimas décadas.
Los ejemplos son innumerables y se publican casi a diarios en distintos medios de comunicación escritos, electrónicos y digitales y es innecesario volver a referirlos, si acaso los más emblemáticos que están en la memoria colectiva.
Desde el orgullo de su nepotismo encarnado por José Ramón López Portillo quien fuera nombrado por su padre el entonces Presidente de la República de México en 1976 como Sub Secretario de Programación y Presupuesto de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, hasta a la descarada incursión en asuntos del gobierno federal y particularmente en la asignación de obra pública desde hace 6 años y que persiste el día de hoy, de José Ramón, Andy y Gonzalo López Beltrán, este tipo de prácticas viciosas se repiten en TODOS los partidos que han ostentado el poder en los últimos 50 años, pero ahora ya sin filtros ni justificaciones.
Todo parece indicar que este tipo de conductas no es un asunto de colores e ideologías, sino de aceptación y reconocimiento social. Quizá de tanto verlas se han normalizado, por eso no se ven intenciones de erradicarlas, al menos en el corto plazo.
Un intento aparente y congruente de la actual Presidenta de la República Claudia Sheimbaun por tratar de regular este indeseable fenómeno, fue frenado en la Cámara de Senadores donde Morena tiene mayoría calificada, o al menos se postergó hasta el
2030.
Tal vez vez debamos repensar este tema, dejar de criticar a los políticos y escudriñar ahora a la sociedad, que es quien valida y consiente estas prácticas abusivas a través de su voto.
De cada en cuando el tema se pone a discusión pero termina por apagarse, definitivamente no son tiempos de apego a la
legalidad, son tiempos de nuevas realidades, de pragmatismo, de privilegiar los objetivos electorales por encima de los valores, son tiempos de navegar sin hacer gestos por las aguas fétidas del cinismo y la inmoralidad…
• El autor es abogado, escritor y analista político.
EL CUENTO DE NUNCA ACABAR
Por Manuel CARMONA
El nepotismo y el tráfico de influencias son prácticas tan arraigadas y tan añejas e la cultura política de nuestro país, que se supone ya no deberían de sorprendernos en lo más mínimo a los ciudadanos.
Tal vez la causa por la que todavía subsiste nuestra capacidad de asombro sea porque en el pasado se practicaba un tanto más discrecional e intermitente y ahora se practica a plena luz del día sin tacto ni rubor alguno.
Antes eran una enfermedad, que de pronto surgía por aquí y por allá, pero ahora en los tiempos de la revolución de las consciencias es una epidemia ya sin límites y fuera de control.
Antes era un condenable pecado que se podía esconder o medianamente maquillar hoy es imposible ocultar porque su práctica ha provocado el surgimiento ya de muchas dinastías políticas, tan fuertes y poderosas que han logrado trascender pese a los cambios de estafeta sexenal en las últimas décadas.
Los ejemplos son innumerables y se publican casi a diarios en distintos medios de comunicación escritos, electrónicos y digitales y es innecesario volver a referirlos, si acaso los más emblemáticos que están en la memoria colectiva.
Desde el orgullo de su nepotismo encarnado por José Ramón López Portillo quien fuera nombrado por su padre el entonces Presidente de la República de México en 1976 como Sub Secretario de Programación y Presupuesto de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, hasta a la descarada incursión en asuntos del gobierno federal y particularmente en la asignación de obra pública desde hace 6 años y que persiste el día de hoy, de José Ramón, Andy y Gonzalo López Beltrán, este tipo de prácticas viciosas se repiten en TODOS los partidos que han ostentado el poder en los últimos 50 años, pero ahora ya sin filtros ni justificaciones.
Todo parece indicar que este tipo de conductas no es un asunto de colores e ideologías, sino de aceptación y reconocimiento social. Quizá de tanto verlas se han normalizado, por eso no se ven intenciones de erradicarlas, al menos en el corto plazo.
Un intento aparente y congruente de la actual Presidenta de la República Claudia Sheimbaun por tratar de regular este indeseable fenómeno, fue frenado en la Cámara de Senadores donde Morena tiene mayoría calificada, o al menos se postergó hasta el
2030.
Tal vez vez debamos repensar este tema, dejar de criticar a los políticos y escudriñar ahora a la sociedad, que es quien valida y consiente estas prácticas abusivas a través de su voto.
De cada en cuando el tema se pone a discusión pero termina por apagarse, definitivamente no son tiempos de apego a la
legalidad, son tiempos de nuevas realidades, de pragmatismo, de privilegiar los objetivos electorales por encima de los valores, son tiempos de navegar sin hacer gestos por las aguas fétidas del cinismo y la inmoralidad…
• El autor es abogado, escritor y analista político.
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